Cynanthus latirostris doubledayii

Cynanthus latirostris doubledayii

domingo, 28 de septiembre de 2014

La tarde del halcón

Fotografia de un adulto de halcon peregrino (Falco peregrinus anatm)

La tarde el halcón


Era un atardecer frio. En los acantilados de las montañas un halcón peregrino oteaba en el horizonte, observaba las grandes llanuras que se extendían ante él, campos de verde pasto y arboles bajos, achaparrados por la incesante acción del viento. Aquel año decidiría buscar pareja ya que acababa de pasar su cuarta muda. Un viento gélido soplaba del norte y odia sentirlo en cada una de las fibras de su emplumado cuerpo. Extendió sus largas y puntiagudas alas y se arrojó al abismo, inmediatamente el efecto de su perfecto diseño aerodinámico le permitió remontarse en las alturas sin esfuerzo. Su vista, una de las privilegiadas dotes que la evolución había otorgado a los halcones, le permitía buscar presas en la lejanía. Sentía el viento golpeando su cuerpo, la presión de la altura en la base de su pico, bastaba con un ligero cambio de las plumas de vuelo y de las plumas de la cola para cambiar de dirección. Optó por virar y dirigirse al suroeste a su lugar favorito de caza, un campo inundado que en aquellas fechas específicas del año y que conocía por los cambios estacionales en el paisaje, estaría llena de aves zancudas y ánades.

Año con año visitaba aquella zona de caza, a la que incluso asistían otros halcones como él. Casi nunca peleaban pero el año pasado fue diferente, tuvo que defender su territorio de un halcón invasor, un halcón que no vivía allí, uno que llegaba con los ánades y las zancudas.

Paso por un poblado humano. Para el halcón era fácil distinguir a los humanos. Seres que caminaban en dos patas, con extraños artefactos y de plumaje muy cambiante, un día estaban de un color y al otro habían cambiado su plumaje. A menudo evitaba encontrárselos pues en más de una ocasión había estado en peligro junto a ellos. Sabía lo que ellos le podían hacer a otras a ves y por eso los evitaba.

Bosquejo de la silueta de un halcon peregrino en vuelo
En la lejanía, el llano se extendía hasta perderse en el horizonte, el cielo de un hermoso color purpura azuloso mostraba todo su esplendor. Viró al oeste y aprovecho una corriente de aire caliente que se proyectaba como un chorro de agua hacia el sureste, tomo aquella termal y la corriente la empujo hasta donde se formaba otra en forma de remolino. Dio un par de vueltas conforme subía y subía cada vez más alto. Abajo quedaban las formas incipientes de la tierra. Los arboles apenas y se percibían, el frio era tan intenso que las patas se le congelarían de no ser que siempre las tenía calientes, gracias a una perfecta irrigación de sangre caliente que alimentaba las patas y esta cuando se enfriaba a su vez recorría el cuerpo hasta llegar a unos bolsas de aire que se localizaban en las axilas y el pecho, luego regresaba hasta el corazón y de nuevo el exceso de frio era irrigado hacia las narinas o fosas nasales, donde en contacto con el exterior emergía en forma de agua. La naturaleza es sabía. El diseño de este halcón lo demuestra.

Pues bien, pronto el halcón supo que estaba cerca de su coto de caza. Plegó las alas y comenzó un descenso abrupto en picada. Como un bólido en pocos segundos estuvo a una distancia desde donde vería perfectamente su pantano. Estaba ansioso, tenía hambre. Buscaba con su vista a sus posibles presas, pero de pronto todo cambió para él. Aquel pantano, lleno de bejucos, zacatonales y aves zancudas y acuáticas ya no estaba. En su lugar encontró extraños seres gigantes de colores muy vivos que destrozaban, llenaban de tierra y volvían a destrozar todo a su alrededor.

Busco los lugares que sabia estarían sus presas pero no los hallo, en su lugar encontró demasiados, muchos humanos. Levanto el vuelo y se dirigió aún mas al sur, no encontró nada, más campos de cultivos, luego comenzaron los pueblos. Una parvada de palomas paso volando por debajo de el halcón, asustadas tal vez por su presencia. Volaban en círculos muy juntas para despistar a su  depredador. El halcón estaba harto de palomas. Casí todo el año había comido y ya quería probar otra carne. Así que solo por divertirse un rato, se lanzó en picada. Las palomas volaron despavoridas cuando el halcón paso raudo entre ellas quebró y remonto el vuelo. No tenía interés ese día en palomas. Él buscaba sus ánades.

La noche estaba a punto de caer, pronto tendría que volver a su peñasco en lo alto de la montaña. Pero no importaba, podía pernoctar aquella noche en una de las innumerables y gigantescas perchas que había en todos lados, donde los zopilotes también solían percharse y pernoctar. En la lejanía observó en el horizonte como se extendía el mar, amplio y llano. Se dirigió hacia allí. No muy lejos encontró un meandro, una laguna donde se unía el agua dulce con el mar. Gaviotas y charranes revoloteaban pescando. Playeros en la orillas caminando o corriendo sumergiendo su pico largo y delgado en busca de mejillones y gusanos arenosos de los que se alimentaban. Tenía que escoger una presa rápido. Los playeros canutos se percataron de la presencia del halcón, dieron la señal de alerta y todos a su vez levantaron el vuelo con ruidos estridentes. En la laguna una veintena de cercetas de ala azul nadaban tranquilamente. Cuando vieron el barullo de los playeros, charranes y monjitas decidieron hacer lo mismo.

Fue el motivo perfecto. El halcón peregrino plegó las alas al cuerpo y se lanzó una vez más en picada al grupo de cercetas que volaban en círculos. Como un relámpago llego justo al centro del grupo y con sus patas provistas de tres dedos delanteros y un cuarto trasero conocido como dedo llave y que remataban en filosas garras curvas, golpeo la espalda de uno de ellos. La cerceta herida voló unos metros más pero el golpe hizó que perdiera vuelo. Cayó en medio un zacatonal. Pero antes de que pudiera recuperarse de la impresión, el halcón cayó sobre él. Lo sujetó con sus patas y con su agudo y filoso pico cerceno el cuello de aquella cerceta que murió en el acto.

Mientras el halcón peregrino se saciaba con su presa. No muy lejos de ahí un par de milanos caracoleros también cazaban pero una presa muy distinta. Con su pico extremadamente delgado y curvo, habían evolucionado para alimentarse enteramente de caracoles, a los cuales extraían de su concha con dicho pico. Los playeros reanudaron su carrera en la playa, al igual que el resto de las cercetas. Uno de los suyos había caído presa, pero era el riesgo de todos los días, uno se sacrificaba por el bien de la parvada.

  Un grupo de escandalosas monjitas, aves zancudas de color negro y blanco de patas muy largas y rojizas, buscaban con sus picos larguiruchos entre la pleamar. Más allá un par de garzas blancas y garzas morenas permanecían estáticas, descansando después de la ingesta de pececillos.

  Antes de que la noche abrazara a todos con su manto estelar. El halcón yacía perchado en una enorme percha. Él no lo sabía pero había escogido una antena de luz para dormir. El sol poco a poco fue descendiendo en el horizonte. La calma llego a él. Había conseguido su alimento. Mañana sería otro día. Acomodo su rostro en la espalda y se dispuso a descansar. Tal vez soñaría con aquel rico sabor que le había dejado aquella cerceta de alas azules

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